Integridad: calidad de íntegro.
Todos tenemos la integridad en alta estima. Queremos suplirla con la vestimenta, con cierta sensación de prestigio, y presumiendo de nuestros logros.
De ser "populares", exitosos en lo que hacemos y ambicionamos. De buen pasado, de buen pasar y buena "pasada" en la calle.
Vernos y lucir bien, se vea o no bien -nuestro alma-. Nos olvidamos ya, cuando niños, que por allí pasaba la cosa...
Cómo admirábamos a los abuelos, "estatuas de bondad", con dulces en las manos. Con nuestros hermanos en los brazos, y la sonrisa en la boca.
La integridad del cariño, el servicio y la SIMPLE hombría de bien. Las abuelas-damas, dos veces madres y en definitiva el verdadero y real sentido de la integridad.
La consideración al otro, la congruencia y la verdadera "buena disposición", a la que hoy le llamamos "onda". Los verdaderos valores, el respeto incondicional a los mayores entre otras cosas.
Las "bases", que hoy tanto faltan, y por eso pasan tantas cosas aberrantes. La humildad, por ejemplo, pues la integridad no es "brillar" de prestigio, sino con lo poco que Dios te dió. Y si te dió mucho: apocarlo, como Dios hizo contigo para darlo.
(Cuando salía el sol, la zorra miró su sombra y se dijo: "Necesito un camello para la hora de la comida". Y buscó un camello durante toda la mañana. Llegando al mediodía, tornó a mirar su sombra, y pensó: "Me parece que me conformaría con un ratón.". Jalil Gibrán)
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